sábado, 21 de marzo de 2015

Un opiáceo altamente adictivo e hipnótico: la TELEVISIÓN, la droga de consumo masivo.

                                     -Mira como controlo tu mente. ¡No leas este artículo!-

Que la televisión produce adicción es un hecho que cualquiera pueda constatar, bien fijándose en el efecto balsámico que produce al sentar frente a ella a un grupo de niños inquietos o al sentarse uno mismo en el salón de casa y pasar absorto, durante una cantidad indeterminada de tiempo,  viendo todo lo que esta caja mágica escupe sin mover una pestaña durante horas.

La televisión es un opiáceo adictivo. Altamente peligroso y se puede definir como uno de los dispositivos de control mental de masas más potentes jamás creados. Y te voy a dar las evidencias neurológicas que lo confirman.


Un comportamiento que nos produzca experiencias placenteras y que requiera poco o ningún esfuerzo, es un comportamiento que repetiremos sistemáticamente. Tendemos a repetir esta experiencia una y otra vez. Es un patrón de comportamiento al que los psicólogos denominan “refuerzo positivo”. Y es lo que técnicamente se llama “adicción” y en este sentido la televisión entra por la puerta grande en la categoría de “agente adictivo”.



¿Cuál es la función de cada uno de los hemisferios del cerebro?.

El hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, el dominante en la mayoría de los individuos,  es la mitad más compleja de nuestro cerebro y es donde se encuentra la capacidad verbal, la lingüística y la comprensión del lenguaje, así como la capacidad para leer, hablar y escribir. Además de estas funciones, en el hemisferio izquierdo se encuentran la capacidad de análisis, la capacidad de hacer razonamientos lógicos, las abstracciones, la capacidad para resolver problemas, analizar y aprender información teórica, hacer deducciones… en fin, mientras estás leyendo esto estás haciendo un uso intensivo de tu hemisferio izquierdo del cerebro.
El hemisferio derecho es el que controla toda nuestra actividad no verbal. En esta parte del cerebro se encuentran la orientación espacial, la conducta emocional, la intuición, la capacidad de recordar y reconocer caras, voces, melodías… el hemisferio derecho piensa y recuerda en imágenes. Se ha demostrado, a través de múltiples estudios, que las personas cuyo hemisferio derecho es el dominante, aprenden y recuerdan con imágenes y suelen ser muy creativas, con una imaginación muy desarrollada.


¿Qué sucede en nuestro cerebro mientras vemos la televisión?.

Según han demostrado diversos experimentos, nuestro cerebro intercambia actividad de su hemisferio izquierdo al hemisferio derecho. De hecho, mientras vemos la televisión, la actividad del hemisferio derecho puede llegar a duplicar a la del izquierdo, lo cual es una anormalidad neurológica en toda regla.

El intercambio de actividad de un hemisferio a otro produce una reacción química en nuestro organismo, provocando la liberación del opiáceo natural de nuestro organismo, la endorfina, que contienen beta-endorfina y encefalina. La endorfina es estructuralmente idéntica al opio y sus derivados, como la morfina, codeína, heroína…).

Las actividades que producen la liberación de endorfina a nuestro organismo crean dependencia, nos habituamos a ellas porque nos gustan. Son muchas estas actividades, como los deportes extremos o agotadores, el orgasmo… Los opiáceos externos, las drogas que podemos consumir, actúan sobre los mismos receptores que las endorfinas, con lo cual, en cuanto al efecto que surten éstas en nuestro organismo, en comparación con el que crea otro opiáceo, no hay prácticamente ninguna diferencia. (Ojo: no confundamos el efecto de placer con las consecuencias que tiene el consumo de drogas!).

De hecho se ha demostrado que los televidentes, incluso los ocasionales, sufren una suerte de síndrome de abstinencia si dejan de ver la televisión durante un periodo prolongado.
En 1975, en Suráfrica, se llevó a cabo un experimento en el que se propuso a una serie de indidividuos de distintos niveles socioeconómicos, el dejar de ver las televisión durante un mes. La familia más pobre se rindió a la semana de dar comienzo el experimento. Las familias más adineradas tuvieron los síntomas de una depresión.

En otro experimento similar que tuvo lugar en la desaparecida Alemania del Este se sometieron 182 voluntarios a un experimento similar. En esta ocasión debían permanecer sin ver la televisión durante un año, con el incentivo añadido de recibir un premio en metálico si eran capaces de dejar el hábito. Ninguno de los participantes superó el reto durante más de seis meses. Todos ellos mostraron los síntomas propios de un síndrome de abstinencia (ansiedad, frustración y depresión).

La televisión funciona como un sistema de drogadicción tecnológico. Pero, aún sabiendo que vemos demasiadas horas de televisión, seguimos haciéndolo, a pesar de saber que no es bueno en absoluto para nuestra salud. Al igual que un fumador, un alcohólico o un adicto a cualquier otra droga. Pero, ¿puede llegar la adicción, socialmente aceptada, a la televisión, ser tan destructiva como otras drogas?. La respuesta que nos da la ciencia moderna es sí.

La televisión es una droga altamente destructiva.

Y aquí viene la explicación: cuando estamos viendo la televisión las regiones superiores del cerebro, como el neocortex, se apagan, literalmente, y la mayor parte de la actividad se traslada a las zonas más bajas del cerebro, como el sistema límbico. Los procesos neuronales que tienen lugar en esas áreas de nuestro cerebro no son, empleando el lenguaje con precisión, cognitivas.

Estas áreas de nuestro cerebro, la parte inferior, sencillamente reacciona al entorno de una forma que podríamos denominar casi instintiva. No distinguen la realidad de lo que serían imágenes prefabricadas, con lo que reacciona ante el contenido de la televisión como si fueran imágenes reales, liberando las hormonas adecuadas. Ciertos estudios indican que la falta de actividad en las regiones superiores del cerebro pueden conducir a la atrofia de ésta, por exceso de uso de las áreas inferiores.

En este circuíto primario, en el sistema límbico, donde recibimos nuestra primera huella neurológica, la que nos motiva a avanzar hacia algo cálido, placentero, protector. Es donde se encuentra el circuito que nos impulsa a sobrevivir, el más infantil. La forma más prim aria de relacionarnos con la realidad y nuestro entorno.

                       La televisión te hipnotiza. es una poderosísima herramienta de control mental


El ver televisión adormece nuestro hemisferio izquierdo y delega en el derecho todas las tareas cognitivas, que no le corresponden. Esto explica las consecuencias, por otra parte devastadoras, que tiene el consumo de televisión en el desarrollo y salud del cerebro. El hemisferio derecho trata los datos que recibe sin analizarlos ni criticarlos. No descodifica ni divide la información en sus distintos componentes. recibe todos los datos en bruto y no los procesa por partes.
Lo cual conduce a reacciones emocionales más que a respuestas inteligentes o razonadas. No podemos atender racionalmente al contenido que se nos ofrece a través de la televisión ya que la parte racional de nuestro cerebro está fundamentalmente inspirativa mientras lo hacemos. Por tanto no sorprende el resultado de la investigación llevada a cabo por Jacob Jacoby de la que se extraía la conclusión de que raramente se comprende el contenido que se ha visto a través de la televisión. Jacoby se encontró con que de entre 2.700 personas entre las que elaboró su estudio, el 90% habían entendió mal (o nada) de lo visto tan sólo minutos después de haberlo visto.
Para que un cerebro pueda llegar a comprender o comunicar significados complejos, éste debe hallarse en una suerte de “desequilibrio caótico” . esto significa que debe existir un flujo dinámico de información ente todas las regiones del cerebro, lo cual facilita la comprensión en niveles mucho más altos, rompiendo los umbrales conceptuales, de modo que nos conduzca a la formación de ideas más complejas. estos niveles de actividad cerebral caótica se producen durante el desarrollo de tareas que desafían a nuestra inteligencia, tales como leer, escribir, solucionar problemas matemáticos. Este tipo de actividad no se da mientras estamos viendo la televisión.


La televisión es dañina para la autoestima.

Por si fuesen pocos los devastadores efectos neurológicos derivados del consumo de televisión, además daña, como lo demuestran diversos estudios, el sentido de la autoestima, la percepción respecto a nuestro entorno y sobre nuestra salud física. El 75% de las mujeres creen tener sobrepeso como resultado del modelo que creen correcto tras ver a modelos y actrices esculturales en televisión. Lo mismo sucede con hombres y por supuesto con niños y adolescentes que encuentran, a través de la televisión, el modelo de individuo que se intensifica como el adecuado y al que aspiran parecerse.
Y no sólo eso. La televisión ha extendido la cultura del miedo, poniendo de manifiesto los efectos del sensacionalismo habitual tanto en programas de ficción como en noticiarios de todo tipo, sobre nuestro sistema límbico. Y no es de extrañar, debido a que mientras vemos televisión no distinguimos, subconscientemente, la realidad de la ficción y empatizamos  con las situaciones que estamos viendo.


Entre los adictos a la televisión se dan cuadros de obesidad, falta de sueño y atrofia del desarrollo sensorial.
Mientras cualquier otra droga se identifica como una amenaza para el conjunto de la sociedad, la televisión se acepta con naturalidad. Se considera esencial para el correcto mantenimiento de las estructuras sociales. La televisión crea un auténtico lavado de cerebro e impulsa al televidente al consumo. El televidente es hipnotizado, literalmente, mediante el empleo de sutiles técnicas que, junto a los efectos naturales de la televisión sobre las ondas cerebrales lo convierte en una víctima del sistema de ingeniería psicológica más ambicioso jamás conocido.

El psicólogo Thomas Mulholland descubrió que tras 30 segundos viendo televisión el cerebro comienza a producir ondas Alfa, lo que indica niveles de actividad de letargo, lo más parecido a un estado comatoso. Sus investigaciones demostraron que ver televisión es, neurológicamente hablando, lo más parecido a estar mirando una pared vacía.
El objetivo de la hipnosis es inducir estados de baja actividad cerebral. Las ondas Alfa están presentes durante el estado de ligera hipnosis empleado por los hipnoterappeutas en terapias de sugestión.


La publicación de los resultados de la investigación de Mullholland abrió los ojos a los expertos den marketing y publicidad, quienes de inmediato se dieron cuenta de que su audiencia entra en una especie de trance mientras están viendo la televisión. A partir de ese momento se empezaron a diseñar piezas publicitarias orientadas a producir respuestas emocionales inconscientes en su audiencia. De hecho el objetivo de un anuncio publicitario es apelar a la parte emocional, no a la racional de su público.
La televisión, un dispositivo adictivo e hipnótico. ¿Qué más puede pedir un gobierno o una gran corporación?. Nadie es inmune. No es una cuestión de inteligencia o nivel cultural. Nadie puede escapar de sus efectos.
Somos zombis, y lo sabemos.

Os dejamos un documental muy interesante.

El autor y animador radial Alan Watt, profundo investigador de las tácticas psicológicas utilizadas por el Nuevo Orden Mundial, explica en detalle cómo la población mundial es controlada por la élite intelectual mediante una serie de crisis fabricadas y el uso abrupto de revoluciones culturales, políticas, sexuales o musicales, para poder manipular el comportamiento humano y obtener un resultado deseado.



Para saber mucho más y mejor:

jueves, 12 de marzo de 2015

El Loco que ayudó a crear el Oxford Dictionary desde el manicomio


Público.es
William_Chester_MinorImagen: Wikipedia.
EDiagnostic and Statistical Manual (DSM), que recoge las enfermedades mentales que se consideran como tal, debería añadir urgentemente un epígrafe del tipo «locura por letras». Y en él debería aparecer la foto de William Chester Minor, nacido en Ceilán, hoy Sri Lanka, en 1834. El mismo lugar donde Horace Walpoleescribió los Tres Príncipes de Serendip, que forjó el neologismo “serendipia” (algo así como hacer un hallazgo por chiripa cuando estás trabajando en otra cosa).
Debido al esquinado estado mental de Minor, el ejército prefirió que renunciara a su rango como cirujano en la Guerra de Secesión para ingresar en un manicomio de Washington. Al parecer tanta sangre y crueldad fue demasiado para aquel cirujano neófito: asistió a las horribles heridas de miles de soldados que habían combatido cuerpo a cuerpo con mosquetón, bayoneta y sable, como en el peor episodio de The Walking Dead: no en vano, el regimiento que había asistido Minor participaba en la llamada Battle of Wilderness (La batalla del salvajismo). Todo ello propició que Minor perdiera la chaveta y ahogara sus penas en el alcohol y en los burdeles más sórdidos, donde también contrajo toda una panoplia de enfermedades venéreas.
Tras dieciocho meses de internamiento, el doctor Minor fue liberado y se traslIadó a Lambeth, uno de los peores barrios de Londres. Era 1871. Sin embargo, todavía no estaba curado del todo, y tras asesinar a un irlandés en una reyerta, fue encerrado de nuevo en otro manicomio, la prisión para enfermos mentales peligrosos de Broadmoor, en Crowhotne, cerca de Oxford, donde pasaría el resto de su vida.
Como si fuera un invitado de honor, Minor disponía de dos habitaciones para él solo, en las que almacenaba toda clase de libros. No en vano, dominaba diversos idiomas tras su experiencias como misionero evangelizador por el sudeste asiático de la mano de la secta Cristiana Congregacionalista: en su infancia aprendió singalés, y con catorce años de edad, ya cursando medicina en la Universidad de Yale, Minor dominaba el tamil, el birmano y varios dialectos hindi.
Al parecer, Minor leía obsesivamente, y debido a la correspondencia que mantenía con los libreros londinenses que le facilitaban nuevos volúmenes, se enteró de que el equipo del Oxford English Dictionary buscaba voluntarios para contribuir con citas y ejemplos para su nuevo diccionario. Aquella empresa parecía constituir una buena vía de escape de su propia mente, así como de los supuestos acosos sexuales a los que los guardias le sometían por las noches (probablemente producto de su imaginación).
El Oxford English Dictionary estaba llamado a convertirse en el más importante diccionario de la historia, el equivalente lexicográfico de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Como Minor no tenía medida, envió más de diez mil citas por correo durante varios años de trabajo y obsesiva erudición, ofreciendo evidencia histórica y etimológica de las acepciones de innumerables palabras, así como resolviendo toda clase de dudas lexicográficas.
Los tipos del Oxford English Dictionary llegaron a considerar a Minor como un sabio, el típico ratón de biblioteca. Minor recibió entonces una invitación para asistir a la Gran Cena que organizaban los redactores del diccionario, pero por motivos obvios Minor no se presentó. El coordinador general de la obra, James Murray, que se temía que quizá Minor estaba ocultando algo, se desplazó hasta Crowthorne, y tras hacer sus pesquisas, descubrió que Minor era un interno del manicomio. Era 1891.
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James Murray, el jefe de todo esto.
A pesar de todo, Murray continuó manteniendo correspondencia con Minor para evitar herir su sensibilidad. Es algo que siempre creyó que le debía, pues, a su juicio, en palabras del profesor Murray, «la contribución del doctor William Minor es tan enorme que sólo con sus citas podríamos detallar fácilmente la evolución de la lengua inglesa en los últimos cuatro siglos».
Con todo, el estado mental de Minor continuó naufragando como un buque derrelicto, perdió interés en sus contribuciones a aquel gran diccionario y, en 1905, se mutiló los genitales con una navaja y les prendió fuego, acaso como acto de expiación por su juventud licenciosa.
Minor murió el 26 de marzo de 1920, y siete años después se concluía el Oxford English Dictionary en doce tomos con más de cuatrocientas mil definiciones. En la segunda edición actualizada y ampliada de 1989, podemos leer aún hoy un agradecimiento al «Dr W C Minor». Porque también los locos, los locos de manicomio que se cercenan el miembro viril, pueden abrir los caminos que más tarde seguirán los sabios.
Con información de El profesor y el locode Simon Winchester, Editorial Debate, Madrid, 1999.


Fuente:strambotic

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