Por estos días el asunto del dopaje -el consumo de alguna sustancia química con el propósito deliberado de sacar ventaja de sus efectos sobre el cuerpo- ha estado particularmente activo, sin que nadie repare en que aunque se trate de una conducta penada socialmente, en la naturaleza no son pocos los casos en que especies animales acuden con cierto nivel de consciencia a plantas que alteran sus habilidades, mejorándolas en algunos casos.
Aquí un recuento.
 
En Centroamérica y Sudamérica es conocida la afición del jaguar por las hojas de la Banisteriopsis caapi, sí, la liana que se usa para preparar el brebaje de la ayahuasca, considerada una planta sagrada sobre todo en ciertas tribus amazónicas. Esta planta contiene en su composición un químico psicoactivo que al parecer los jaguares utilizan conscientemente para incrementar su percepción sensorial y, con esta, sus habilidades de caza.
Miembros de la tribu, que reside en la cuenca media del Orinoco, aseguran que al consumir la vid de la ayahuasca su visión nocturna y su fuerza mejoraron, por lo que se cree que los felinos experimentan una reacción parecida.
 
Los opiáceos no ejercen fascinación únicamente en escritores curiosos que, à la Thomas de Quincey, buscan entre sus ensoñaciones una fuente de creatividad. En Tasmania, el ualabí (un marsupial casi idéntico al canguro, pero de menor tamaño), acostumbra de vez en cuando emprender exploraciones colectivas a los campos de amapola que grandes compañías farmacéuticas tienen en la isla para elaborar algunos de sus medicamentos. Los animales arrasan con las plantas al parecer sin otro fin más que alterar su sentido de la realidad, trazando en el transcurso azarosos crop circles producto de su experiencia.
Según algunos agricultores, algunas ovejas del lugar también han incurrido en esta conducta.
 
Los caballos se cuentan entre los animales más nobles del imaginario natural, acaso porque, junto con el perro, es una de las pocas especies que desde tiempos remotos han formado parte de la cotidianidad del hombre, del domum familiar.
Pero como en todo hogar, pasa que uno de sus miembros tiene una debilidad secreta que, quizá, los demás encontrarían reprobable. Así, es más o menos común que los caballos padezcan una enfermedad conocida como “locoísmo”, derivada de su consumo sostenido de plantas ricas en swainsonina como el astrágalo, las Oxytropis o la propia Swainsona, que se encuentran sobre todo en Norteamérica y específicamente en Estados Unidos. En este país, por cierto, se utiliza la misma palabra para referirise tanto a la enfermedad como a este tipo de plantas: locoweed, “loco por la hierba”.
 
“Si toma, no maneje”, reza la conseja común que, sin embargo, no parece aplicar en el mundo de los murciélagos, que si de vez en cuando encuentran una buena cantidad de azúcares frutales fermentado hasta el grado de convertirse en inesperadas bebidas alcohólicas, no dudan en bebérsela hasta emborracharse, curiosamente, sin mayores consecuencias, pues al parecer la ebriedad no afecta en modo alguno sus habilidades de vuelo, según investigó hace un tiempo un grupo de biólogos canadienses.
 
La musaraña (la famosa shrew de Shakespeare) también posee la que para algunos sería una capacidad envidiable: una amplia tolerancia al consumo de alcohol. La especie Ptilocercus lowii, musaraña arborícola de cola plumosa, natural de Malasia y otras regiones del sudeste asiático, acotumbra beber el néctar fermentado de la palmera de donde se obtiene el vino de palma.
Tomando en cuenta las proporciones de cada uno, un ser humano promedio terminaría notablemente borracho si bebiera lo que esta musaraña, la cual, sin embargo, no se ve afectada por el nivel de alcohol del néctar (casi 4%).
 
Continuando con la adicción de ciertas especies por las bebidas embriagantes, recientemente se descubrió que las moscas dela fruta macho ahogan en alcohol sus penas amorosas, pues acuden a estas sustancias cuando una hembra rechaza sus cortejos.
 
Hay al menos una especie animal en la que las hojas de coca (de donde se extrae la cocaína) no producen los conocidos efectos que se identifican con esta planta. Se trata de la Eloria noyesi, una polilla que en su estado larvario se alimenta de dichas hojas sin que sufra ningún tipo de intoxicación.
Esta sorprendente inmunidad hizo pensar en alguna ocasión al gobierno de Colombia un plan para liberar un enorme ejército de larvas en los campos de cocaína del país.
 
Los loros tienen fama de aprender palabras del lenguaje humano por su habilidad para imitar sonidos. Pero en el caso del lori de cuello rojo (una subespecie del lori arco iris, de la familia de los Psittacidae y natural de Australia), también han aprendido, adoptado o desarrollado el gusto por la bebida, al grado de que sus ejemplares pasan una buena parte del año, más o menos de junio a noviembre, totalmente ahogados en alcohol y cayéndose de los árboles por lo borrachos que se encuentran.
A diferencia del ser humano, en los lori los efectos del alcohol no se disipan con una buena siesta y, por el contrario, persisten por varios días, con consecuencias en su sistema respiratorio y sus ojos.
Según Stephen Cutter, veterinario local que ha estudiado este singular fenómeno, esta conducta podría estar provocada por un virus.