domingo, 3 de febrero de 2013

LA MAQUINA PRESERVADORA - Philip K. Dick


Philip K. Dick




Y pensó también que de estas importantes cosas bellas, la que más rápidamente se olvidaría sería la música.

Ciertamente que la música es lo más perecedero, frágil y delicado; y puede ser rápidamente destruida.

Labyrinth se preocupaba mucho. Amaba la música y no podía acostumbrarse a que un día no existieran Brahms ni Mozart, que no se pudiera disfrutar de la música de cámara, suave y refinada, que hace pensar en las pelucas, en los arcos frotados con resma, en las velas que se derretían en la semioscuridad.

El mundo sería seco y lamentable sin la música. Árido e inaguantable. De esta forma comenzó a concebir la idea de la Máquina Preservadora.

Una noche, sentado cómodamente en su butaca escuchando el suave sonido de su tocadiscos, se le presentó una extraña visión. Vio, con los ojos de la mente, la última copia de un trío de Schubert, estropeada y casi ilegible, abandonada en un lugar oscuro, probablemente un museo.

Un bombardero sobrevolaba. Las bombas caían, convirtiendo al edificio en ruinas, derrumbando las paredes, que se desmoronaban, dejando sólo escombros. En el desastre, la última copia desaparecía perdida entre las ruinas, para pudrirse y desaparecer.

Y luego, siempre en la imaginación de Doc Labyrinth, observó cómo la partitura surgía de entre las ruinas como lo haría un animal enterrado, con garras y dientes aguzados, con furiosa energía.

- ¡Ah, si la música pudiera tener esa facultad, el instinto de supervivencia de ciertos insectos y otros animales! ¡Cómo cambiarían las cosas si la música se pudiera transformar en seres vivos, animales con garras y dientes! Entonces podría sobrevivir.

Si sólo se pudiera inventar una Máquina, una Máquina que procesara las partituras musicales, convirtiéndolas en cosas vivas.

Pero Doc Labyrinth no era mecánico. Logró unos pocos bosquejos aproximativos que envió a varios laboratorios de investigación. La mayoría estaban demasiado atareados con los contratos para el ejército, por supuesto. Pero al fin logró algo de lo que deseaba. Una pequeña universidad del Medio Oeste quedó encantada con sus planes e inmediatamente comenzaron a trabajar en la construcción de la Máquina.


Las semanas pasaron. Al fin Labyrinth recibió una postal de la universidad. La Máquina estaba saliendo bien. La habían probado haciendo procesar dos canciones populares. ¿Cuáles fueron los resultados? Surgieron dos pequeños animales, del tamaño de ratones, que corrieron por el laboratorio hasta que el gato se los comió. Pero la Máquina había trabajado a la perfección.

Se la enviaron poco después, cuidadosamente embalada en un armazón de madera, sujeta con alambres y con un seguro que cubría todos los riesgos.

Estaba muy nervioso cuando comenzó a trabajar, quitándole las tablillas. Muchas ideas debieron de haber pasado por su mente cuando ajustó los controles y se preparó para la primera transformación. Había seleccionado una partitura maravillosa para comenzar, la del Quinteto en sol menor, de Mozart.

Durante un rato estuvo hojeándola, absorto en sus pensamientos. Luego se dirigió a la Máquina y la echó dentro.

Pasó el tiempo. Labyrinth se mantuvo parado muy cerca, esperando nervioso y aprensivo, sin saber qué seria lo que hallaría al abrir el compartimiento. Estaba realizando una gran labor, según su idea, al preservar la música de los grandes compositores para la eternidad. ¿Cómo sería gratificado? ¿Qué hallaría? ¿Qué forma adoptaría esto antes de que todo hubiera pasado?

Muchas preguntas no tenían aún respuesta. Mientras meditaba, la luz roja de la Máquina centelleaba. El proceso había concluido, la transformación se había efectuado. Abrió la portezuela.

- ¡Dios mío! - fue su exclamación - Esto es verdaderamente extraño!

De la máquina salió un pájaro, no un animal. El pájaro mozart era pequeño, bello y esbelto, con el magnífico plumaje de un pavo real. Voló un poco alrededor del cuarto y se volvió hacia él, curiosamente amistoso. Temblando, Labyrinth se inclinó, extendiendo la mano. El pájaro mozart se acercó. Entonces, súbitamente, remontó el vuelo.

- Sorprendente - murmuró. Llamó dulcemente al pájaro, esperando pacientemente hasta que revoloteó hasta él. Labyrinth lo acarició durante un largo rato.

¿Cómo sería el resto? No podía adivinarlo. Cuidadosamente levantó al pájaro mozart y lo colocó en una caja.

Al día siguiente se sorprendió aún más al ver salir al escarabajo beethoven, serio y digno. Era el escarabajo que había visto trepar por la manta, concienzudo y reservado, ocupado en sus cosas.

Después vino el animal schubert. Era un animalito tontuelo y adolescente, que iba de uno a otro lado, manso y juguetón.

Labyrinth interrumpió su trabajo para dedicarse a pensar.

¿Cuáles eran los factores de la supervivencia? ¿Eran las plumas mejores que las garras y los dientes? Labyrinth estaba sumamente asombrado. Había esperado obtener un ejército de criaturas recias y peleadoras, equipadas con garras y duros carapachos, listas a morder y patear. ¿Las cosas le estaban saliendo bien? Y, sin embargo, ¿quién podía decir que era lo mejor para la supervivencia? Los dinosaurios habían sido poderosos, pero ninguno estaba vivo.

De todas formas, la Máquina se había construido. Era demasiado tarde para plantearse otros problemas.

Labyrinth prosiguió dándole a la Máquina la música de muchos compositores, uno tras otro, hasta que los bosques que se hallaban cerca de su casa se llenaron de criaturas que se arrastraban y balaban, gritando y haciendo todo tipo de ruidos.

Muchas rarezas fueron saliendo, criaturas todas que lo asombraron y llenaron de estupefacción. El insecto brahms tenía muchas patas que salían en todas direcciones; era un miriápodo grande y de forma aplanada. Bajo y achatado, estaba cubierto de una pelambre uniforme. Al insecto brahms le gustaba andar solo, y prontamente se alejó de su vista, preocupándose por eludir al animal Wagner, que había salido unos instantes antes.

Este era grande, y tenía muchos colores profundos. Parecía tener un humor de mil diablos, y Labyrinth se atemorizó un poco, tal como les sucedió a los insectos bach. Estos eran animalitos redondos, una gran cantidad de ellos, que se obtuvieron al procesar los cuarenta y ocho preludios y fugas. También estaba el pájaro stravinsky, compuesto por curiosos fragmentos, y muchos otros.

Los dejó sueltos, para que se acercaran a los bosques, y allí se fueron. saltando, brincando y rodando. Pero un extraño presentimiento de fracaso le atenazaba. Cada una de estas extrañas criaturas le maravillaba más y más. Parecía no tener ningún control sobre los resultados. Todo esto estaba fuera de su dominio, sujeto a alguna extraña e invisible ley que se había enseñoreado sutilmente de la situación, y esto le preocupaba sobremanera. Las criaturas mutaban a raíz de la acción de una extraña fuerza impersonal, fuerza que Labyrinth no podía ver ni comprender. Y que le daba mucho miedo.


Labyrinth dejó de hablar. Esperé un rato, pero no parecía tener deseos de continuar. Me volví a mirarlo. Me estaba contemplando en una forma extraña y melancólica.

- Realmente no sé mucho más. No he vuelto a ir allí desde hace mucho tiempo. Tengo miedo de ver lo que sucede en el bosque. Sé que está pasando algo, pero...

- ¿Por qué no vamos juntos a ver qué pasa?

Sonrió aliviado.

- ¿Realmente piensas así? Imaginé que tal vez lo sugerirías, puesto que todo me está comenzando a resultar demasiado duro de afrontar - echó a un lado la manta, sacudiéndose -. Vamos, entonces.

Bordeamos la casa, y seguimos un estrecho sendero que nos llevó hacia el bosque. Tenía un aspecto salvaje y caótico, con malezas demasiado crecidas y una vegetación que no había recibido cuidados en largo tiempo.

Labyrinth fue hacia adelante, apartando las ramas, saltando y retorciéndose para abrirse camino.

- ¡Qué lugar! - comenté.

Seguimos andando durante un rato bastante largo. El bosque estaba oscuro y húmedo; ahora era casi la hora del crepúsculo y sobre nosotros caía una fina niebla que se desprendía de las hojas situadas sobre nuestras cabezas.

- Nadie viene aquí - El doctor se quedó súbitamente de pie, mirando a su alrededor. - Tal vez sea mejor que vayamos a buscar mi escopeta. No quiero que suceda nada irreparable.

- Pareces estar muy seguro de que las cosas han escapado a tu control - me llegué hasta donde estaba y nos quedamos parados hombro con hombro. - Tal vez las cosas no estén tan mal como piensas.

Labyrinth miró alrededor. Movió la hojarasca con su pie.

- Están cerca de nosotros, por todos lados. Observándonos. ¿No lo sientes?

Asentí, en forma casi casual.

- ¿Qué es esto?

Levanté un extraño montículo, del cual se desprendían restos de hongos. Lo dejé caer y lo aparté con el pie. Quedó en el suelo, un montoncito informe y difícil de distinguir, casi enterrado en la tierra blanda.

- Pero, ¿qué es? - pregunté nuevamente. Labyrinth se quedó mirándolo, con una expresión tensa en el rostro.

Comenzó a golpearlo suavemente con el pie. Me sentí súbitamente incómodo.

- ¿Qué es, por amor de Dios? - dije -. ¿Sabes tú?

Labyrinth volvió lentamente los ojos hacia mí.

- Es el animal schubert - murmuró -. O mejor dicho, lo fue. Ya no queda mucho de él.

El animalito, que una vez había saltado y brincado como un cachorrillo, tontuelo y juguetón, yacía en el suelo. Me incliné y aparté unas ramas y hojas que se adherían a él.

No cabía duda de que estaba muerto. La boca estaba abierta, y el cuerpo había sido totalmente desgarrado. Las hormigas y las sabandijas lo habían atacado sañudamente. Comenzaba a oler mal.

- Pero ¿qué pasó? - dijo Labyrinth. Movió tristemente la cabeza -. ¿Quién pudo hacerlo?

Durante un momento quedamos en silencio. Luego vimos moverse un arbusto y pudimos distinguir una forma. Debía de haber estado allí todo este tiempo, observándonos.

La criatura era inmensa, delgada y muy larga, con ojos intensos y brillantes. Me pareció bastante semejante al coyote, pero mucho más pesado. Su pelambre era manchada y espesa. El hocico se mantenía húmedo y anhelante mientras nos miraba en silencio, estudiándonos como si le sorprendiera enormemente que nos halláramos allí.

- El animal wagner - dijo Labyrinth -. Pero está muy cambiado. Casi no lo reconozco.

La criatura olfateó el aire. Súbitamente volvió hacia las sombras y un momento después se había ido.

Nos quedamos absortos durante un rato, sin decir nada.

Finalmente Labyrinth se estremeció.

- Así que esto es lo que sucedió - dijo -. Casi no puedo creerlo. Pero... ¿por qué, por qué?

- Adaptación - le dije -. Cuando echas de tu casa a un perro o a un gato doméstico, se vuelve salvaje.

- Sí - contestó. - Un perro vuelve a ser lobo. Para mantenerse vivo. La ley de la jungla. Debí haberlo supuesto. Sucede siempre.

Miró hacia abajo, hacia el lamentable cadáver en el suelo. Luego alrededor, hacia los silenciosos matorrales. Adaptación. O tal vez algo peor. Una idea se estaba formando en mi mente, pero nada dije.

- Me gustaría ver más. Echar una ojeada a los otros. Busquemos.

Estuvo de acuerdo. Comenzamos a investigar la posible existencia de animales a nuestros alrededor, apartando ramas y hojas.

Hallé y empuñé una rama, pero Labyrinth se puso de rodillas, palpando y observando el suelo desde bien cerca.

- Aun los niños se transforman en animales - le comenté -. ¿Recuerdas los casos de los niños lobos de la India? Nadie podía creer que alguna vez fueron normales.

Labyrinth asintió calladamente. Se sentía muy triste, y no era difícil darse cuenta de por qué.

Se había equivocado, su idea original había sido errada, y ahora se hallaba frente a las consecuencias de su error. La música podía transformarse en animales vivos, pero había olvidado la lección del Paraíso Terrenal.

Una vez que algo tomaba vida comenzaba a tener una existencia independiente, dejando de ser una propiedad de su creador y moldeándose y dirigiéndose tal como lo desea.

Dios, observando el desarrollo del hombre, debe de haber sentido la misma tristeza, y la misma humillación, tal como Labyrinth, ver que sus criaturas se modificaban y cambiaban para enfrentarse a las necesidades de sobrevivir.

El hecho de que sus animales musicales podrían defenderse ya no quería decir nada para él, puesto que la razón por la cual las había creado, impedir que las cosas bellas se brutalizaran, estaba sucediendo ahora en ellas mismas.

Labyrinth me miró, con ojos llenos de tristeza. Había asegurado su supervivencia, pero al hacerlo había destrozado el significado o los valores de tal acción. Traté de sonreírle para alentarlo, pero retiró la mirada.

- No te preocupes demasiado - le dije -. No fue un cambio demasiado grande el que experimentó el animal Wagner. Siempre fue un poco así, brusco y temperamental, ¿verdad? ¿No sentía cierta atracción por la violencia?

Me interrumpí bruscamente. Labyrinth había dado un salto, retirando apresuradamente su mano del suelo. Se apretó la muñeca, gimiendo de dolor.

- ¿Qué te pasa? - me apresuré a preguntarle mientras me acercaba. Temblando, me mostró su mano pequeña -. Pero ¿qué te sucede?

Le tomé la mano. Por el dorso se extendían unas marcas rojas, como tajos, que se hinchaban bajo mis ojos. Había sido mordido o aguijoneado por un animal. Miré hacia abajo, pateando el césped.

Algo se movió. Vi correr hacia los arbustos a un animalito redondo y dorado, cubierto de espinas.

- Atrápalo - dijo mi amigo. ¡Pronto!

Lo perseguí, con mi pañuelo en ristre, tratando de eludir las espinas. La esfera rodaba frenética, procurando esquivar mi maniobra, pero finalmente lo atrapé con el pañuelo.

Labyrinth se quedó mirando la forma en que se retorcía atrapado. Me puse de pie.

- Casi no puedo creerlo. Va a ser mejor que regresemos a casa.

- ¿Qué es? - le pregunté.

- Uno de los insectos bach. Pero está tan cambiado que casi no puedo reconocerlo...

Nos dirigimos otra vez hacia la casa, retomando nuestro camino por el sendero, a tientas en la oscuridad. Yo abría el paso, echando a un lado las ramas. Labyrinth me seguía, silencioso y triste, frotándose la mano dolorida.

Entramos al patio y subimos la escalera del fondo hacia el porche. Labyrinth abrió la puerta y pasamos a la cocina. Encendió la luz y se dirigió hacia el fregadero, para lavarse la mano.

Tomé una jarra vacía del aparador, y dejé caer dentro al insecto bach. La esfera dorada rodaba de uno a otro lado cuando le ajusté la tapa. Me senté a la mesa. Ninguno de los dos decía palabra alguna, mientras Labyrinth seguía en el fregadero, dejando correr agua sobre su mano herida...

Yo, mientras tanto, seguía mirando a la esfera dorada, en sus infructuosos intentos por escapar.

- Y bien - dije finalmente.

- No hay la menor duda - Labyrinth se acercó y se sentó a mi lado. - Ha sufrido una metamorfosis. Antes no tenía espinas ponzoñosas, ¿sabes? Menos mal que tuve cuidado cuando me decidí a desempeñar el papel de Noé.

- ¿Qué quieres decir?

- Tuve buen cuidado de que fueran híbridos... No se podrán reproducir. No habrá una segunda generación. Cuando estos ejemplares mueran, todo se habrá acabado.

- Debo decirte que me alegro que hayas tenido eso en cuenta.

- Me pregunto - murmuró Labyrinth - cómo sonará ahora, tal cual está.

- ¿Cómo dices?

- La esfera. El insecto bach. Esa es la verdadera prueba, ¿no es así? Puedo volverlo a meter en la Máquina. Así veremos. ¿Quieres averiguar qué sucederá?

- Lo que tú digas - le contesté -. Después de todo, es tu experimento. Pero no te ilusiones demasiado.

Levantó la jarra cuidadosamente y nos dirigimos escaleras abajo, en dirección al sótano. Divisé una inmensa columna de metal opaco, que se levantaba en una esquina, cerca del lavadero. Una extraña sensación me recorrió. Era la Máquina Preservadora.

- Así que ésta es - dije.

- Sí, ésta es - Labyrinth manipuló los controles y estuvo ocupado con ellos durante un largo rato. Luego, tomando la jarra, la dio la vuelta y, abriendo la tapa, dejó caer al insecto dentro de la Máquina. Labyrinth cerró la portezuela.

- Ahora veremos - dijo. Accionó los controles y la Máquina comenzó a andar. Labyrinth se cruzó de brazos, y nos dispusimos a esperar. Fuera se hizo de noche cerrada, sin una pizca de luz. Finalmente se encendió un indicador de color rojo que se hallaba en el tablero de la Máquina.

Mi amigo giró la llave hacia la posición de desconexión, y nos quedamos en silencio. Ninguno de los dos deseábamos abrir la Máquina.

- Bien - dije finalmente -. ¿Quién va a abrir y a mirar?

Labyrinth se estremeció. Metió la mano en una ranura y sus dedos extrajeron un papel con notas.

- Este es el resultado. Podemos ir arriba y tocarlo.

Nos dirigimos al cuarto de música. Labyrinth se sentó frente al piano de cola y yo le pasé la hoja. La abrió y la estudió durante un minuto, con una cara inexpresiva. Luego comenzó a tocar.

Escuché la música. Era espantosa. Nunca había oído nada igual. Era distorsionada y diabólica, sin ningún sentido o significado, excepto, tal vez, una rara familiaridad que jamás debió haber estado presente en algo así.

Sólo con gran esfuerzo era posible imaginar que alguna vez había sido una fuga de Bach, parte de una serie de composiciones magníficamente ordenadas y respetables.

- Esto es lo decisivo - dijo Labyrinth. Se puso de pie, tomo la hoja de música y la rompió en mil pedazos.

Cuando nos dirigíamos hacia el lugar donde había dejado mi automóvil, le dije:

- Tal vez la lucha por la supervivencia sea una fuerza mayor que cualquier ética humana. Hace que nuestras preciosas reglas morales y nuestros modales parezcan algo fuera de lugar.

Labyrinth estuvo de acuerdo.

- Tal vez nada pueda hacerse para salvar tales costumbres y tales reglas morales.

- Sólo el tiempo puede ser capaz de responder a esa pregunta - le contesté -. Tal vez este método falló, pero otros pueden tener éxito. Es posible que algo que no podernos predecir o prever en estos momentos pueda surgir algún día.

Le di las buenas noches y subí a mi automóvil. Estaba completamente oscuro; la noche había descendido sobre nosotros.

Encendí los faros y comencé a recorrer la carretera conduciendo en plena oscuridad. No había otros vehículos a la vista. Estaba solo y sentía mucho frío. En una curva disminuí la marcha, para cambiar de velocidad.

Algo se movió cerca de la base de un sicomoro enorme, en plena oscuridad. Traté de determinar qué era.

En la parte inferior de un árbol, un escarabajo muy grande estaba construyendo algo, poniendo un poco de barro cada vez, para dar forma a una extraña estructura. Me quedé observando al animal durante un largo rato, asombrado y curioso, hasta que finalmente notó mi presencia y dejó de trabajar. Se dio la vuelta rápidamente, entró en su pequeño edificio, haciendo sonar la puerta al cerrarla firmemente tras él.

Me alejé rápidamente.



FIN

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